Los secretos de Victoria Olivares by Helen Rytkönen

Los secretos de Victoria Olivares by Helen Rytkönen

autor:Helen Rytkönen [Rytkönen, Helen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-11-13T00:00:00+00:00


11

Victoria

Salí del restaurante con los ojos anegados de lágrimas. Llevaba conteniéndolas demasiado tiempo, me había pasado el verano reparando las grietas del gran muro tras el que se alzaban, tormentosas.

Y ahora las iba a dejar libres.

Las luces de los coches en la autopista parecían manchas desdibujadas y me dije que era un peligro conducir así. Cogí el siguiente desvío y llegué a trompicones a un lugar donde, a esa hora, no solía haber gente. Me bajé del coche y el valle de La Orotava se abrió ante mí como un luminoso espectáculo nocturno, coronado por el Teide y abrazado por el silencioso océano a mi derecha. El aire era fresco, de finales de verano, pero no me dio tiempo de aspirarlo antes de comenzar a sollozar. Me doblé a trompicones sobre el murete del mirador y sentí que mi pecho se abría en dos.

Lloré como hacía años que no me ocurría, quizá desde la muerte de mi padre.

Lloré de rabia, de tristeza, de miedo y de culpabilidad. Con mi decisión, la ruptura de mi familia se volvía real, aunque ya estuviese pasando desde hacía tiempo y no lo hubiese querido mirar de frente.

Lloré con una inmensa pena por mis hijos, por lo que hubiesen merecido y no tuvieron, esa idea que a todos nos incrustan en el cerebelo de una familia normativa, de papá-mamá-hijos-hogar.

Lloré por la funesta sensación de irrevocabilidad, esa que arrastraba desde Finlandia y que ahora se hacía tangible. La realidad, a partir de ahora, sería otra.

Lloré por los nervios que me atenazaban al pensar cómo empezaría esta nueva vida, en cómo hacerlo para que mis hijos notasen el cambio lo menos posible, con un nuevo hogar que crear y rutinas diferentes de familia de padres separados.

Y, por mucha vergüenza que me diese, también lloraba de alivio.

El enorme peso que llevaba en el pecho se había aligerado cuando entendí que ya no tenía que preocuparme por las malas caras de Leo y su presencia negativa. El aire que inundó mis pulmones fue una bendición encubierta, el oxígeno necesario para decirme que ya nada me impediría hacer todo aquello que tenía en mente.

Pero era difícil dejarme llevar por ese ímpetu de un futuro dorado justo en ese momento en el que el duelo por los Beckham llegaba a su punto más álgido. La lenta enfermedad que fue minando nuestro matrimonio había tocado hueso y tocaba llamar a las plañideras y encargar la corona funeraria.

Dejé que las lágrimas buscasen su furiosa salida hasta que, poco a poco, se fueron espaciando. Sorbí por la nariz, masajeé los párpados hinchados y me abracé las rodillas, fijando la vista en la oscuridad de la zona de El Rincón, donde unas pocas casas repartían haces de luz entre las plataneras y aguacateros.

Y, de pronto, no quise estar sola.

Estaba cansada de afrontar todo sin nadie a mi lado, solo confiando en que lo que decidía no fuese la peor opción de las que se presentaban.

«Necesito a mis hermanos».

Me debatí entre llamarlos o escribirles, pero todos estaban en husos horarios diferentes al mío y, por lo menos Eli, estaría durmiendo.



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